sábado, 7 de mayo de 2016

Lo que no pude responder.

Palabra de honor de La Novia
Válgase mi voz de escombro
para bailar sobre la arena
para que pueda, en la última hora,
gritarle al viento su condena.
Muerta estoy, ya no me asustas
quieta al fin, entre las piedras:
y es la sangre quien me viste
y el azahar el que me peina.
Por eso, por eso y antes
de que sea de la tierra
escucha mi viaje de fuego
y el quebranto de mis riendas.
¡Porque no conozco más tormento
que el metal de esta cadena!
¿Oís mi boca de mármol?
Veréis, respirad mi pureza:
clara y noble soy,
como paloma, como adelfa.

Trepad las cuerdas de mis brazos
hasta el balcón de mi cuello honrado
que entre las manos
es como barro;
entre las manos,
mi cuello honrado
que es como barro:
caliente y blando.

Pero los varones son del viento
y tu hijo me olía a hierba,
me olía a hierba y a manso y sereno manantial
me sabía,
manso y sereno manantial
de agua fría.
Y no es sino que me aterra
atarme irremediable
al malecón de los sueños olvidados
a amar de soslayo, con duda
y no oír más voz que la suya
y vivir ya, para siempre,
entre cuatro paredes de bruma.
Que estuviere bien cubierta, Dios lo sabe:
que tuve con él la vida, la buena simiente
la salud y la suerte.
Aunque nada hubiera sido
al tiempo de decir verdad
-no reniego, yo os lo digo-:
dos bueyes o una mala choza
o una espina sin sacar.

Pero yo que nunca resistí las despedidas
yo que jamás
quise entregarme a mi ruina;
dime, mujer, ¿qué hubieras hecho?
Yo que era una hembra quemada, lo era:
llena de llagas por dentro y por fuera
y tu hijo me escarchaba las heridas
e irrevocable, y pese a todo:
sangro mejor en los brazos del otro.

Pero, ¿qué había de hacer?, ¿tú lo sabrías? dime
qué vuelta de hoja me quede
si el uno me escribía muros
y el otro me pintaba puentes.
Yo no quería. ¡Óyelo bien!
¡Yo no quería!

Pero no, que no, no me engañan:
que no soy yo planta de mala madre
que no siguió ella mala ralea
que no cargó con mala sangre
que no fue ella menos humana
solamente por saber en clave
el nombre a quien, en verdad,
se entregaba.
Nada a nadie debo: yo soy hija de ángel,
de estrella,
por eso, por eso yo
algún día seré buena:
porque llevo su raza
su espina y su falda
por haberme alumbrado
un querubín sin alas;
por haber nacido como el mismo triunfo
del fruto de sus entrañas.

¡Pero tu hijo era mi fin!
Y el otro me arrastraba
como las olas del mar a la arena
callada, lenta y cobarde
como una lapidación
a fuerza de piedras y rosas de alambre.
Y callar y quemarse es el mayor castigo
que nos podemos echar encima.
Y él me quemaba,
me quemaba y yo lo sabía,
pero iba detrás.
Iba detrás y hubiera ido siempre
porque él me llama y yo voy
y cuando yo voy él viene
y me pierdo cuando me deja
y sueño, si es que me encuentra.
¡Y lo sigo por el aire
y por el jardín de los placeres
como quien toda la vida lucha
por su corona de laureles!

Y sé que como plomo pesan
la palabra, el honor y las cadenas
pero más me pesa esta Andalucía
enduendada y milenaria,
más me pesa esta cuna
hermética y de hojalata
que me huele a rumor y a humo
y a lirios ardiendo y puñales de plata.
¡Que lo sepa Dios, que lo sepa!
A mí más me pesa
la vida ahogándose
en la asfixia de la tragedia.
Como llorando, como acabándose
como una vela de cera
como yo siempre, arrinconada,
allá en mi casa de tierra.
Mas quién ha de ser el cuerpo
que pague mi eterna condena
quien esté libre de pecado -ya se sabe-:
que tire la primera piedra.

¡Dios me salve, Dios me salve
de la sangre de ramera!
Pero es el precio, sin remedio:
pronto rodará mi calavera.
Así que, ¿que habría yo de hacerle
sino entregarme a la hermosura?
Pero es tan débil la carne,
y tan letal la palabra,
y tan perpetua la duda...
Eres simple y breve
eres carne fría e ingrávida, mujer,
eres miedo, rencor y rabia
y manos quietas;
no eres más que eso, nada más.
Mas óyelo bien
y mátame mejor después, si es que gustas:
Yo, que vivo en Leonardo,
que soy Leonardo,
yo, que lo veo en cada estancia,
a cada instante
que lo sé de memoria
como una tortura dulce y constante.
Como una especie de traición su cuerpo
tranquila y deliciosa
como el pecado que se resiste
que nunca se cansa y perdura
-en un renuncio, tal vez lo admita:
nos unen clavos de luna.-
Y que Leonardo es mi bien, mi amado,
mi patria y mi ley y mi frontera.
Y le aguardo y le espero
y lo ajeno lo repudio
le espero como sólo mayo
sabe esperar a junio.
Yo, que todo lo que Leonardo no es,
aborrezco, desprecio, rehúyo;
buena mujer, has de saberlo:
hay que dejarse decapitar
cuando se ama al verdugo.


Andalucía, 1928

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