miércoles, 13 de abril de 2016

Trances y baladas tristes (I)

A la dulce alevosía del runrún del porvenir.
A los que buscan.
A los que no encuentran.
A ti, que no me lees.
A todos los poetas.

Es poco lo que tengo
simple corazón, sin timón rebeldía
pero ya ves, mi bien, te ofrezco
ser de viento
en este amor velero,
el infierno a cuentagotas
el cielo en miligramos
gacelas de barro.
Tú me regalas
el manual de escape
de esta ciudad sangrante
pinceles para el alma
fuego a dentelladas
y la ternura
de terciopelo en almíbar
de cuando bajas la guardia
de las semanas frías,
y rosas, sin pudor,
mi amor,
destilas.
Entonces lo supe.
Que hay personas que son como dormir
con el pijama de domingo.
Como el solo roto de trompeta
que precede a la melosa decadencia
de esa inevitable canción de jazz.
Como ese ruido de incertidumbre
cuando sabes que algo nuevo
-y grande-
va a sonar.
Yo lo supe.
Me lo gritó tu nuca caliente
tus manos hogar
tu espalda cielo
recogiendo mis maltrechas lágrimas
mientras se me caían
desde el balcón del tedio.
Ese lenguaje brillante
que va más allá de las palabras
y que sólo entiendes
cuando escondes los pies
y extiendes las alas.

1 comentario:

  1. Sigue escribiendo, Andrea. Aunque algún verso no es original, tus palabras tienen alma y cuerpo. Hay cosas que no se pueden aprender, y tú las tienes. Otras sí se aprenden. Solamente leyendo. Lee mucho. Lee la poesía de los grandes. Sal de la red y entra en las bibliotecas. Pero sobre todo, escribe. Y deja que el tiempo pase.

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